Seeking the Face of the Lord
Las escuelas católicas les proporcionan a nuestros niños una excelente educación al tiempo que construyen la fe
Por décimo año consecutivo fui invitado durante la Semana Santa a rezar los Misterios Dolorosos en un rosario tempranero con los estudiantes y el cuerpo de maestros de la escuela secundaria Bishop Chatard en Indianápolis. Estoy impresionado con el número de estudiantes que asistieron tan temprano a dicha oración. Tengo a nuestros jóvenes en mente ya que ellos necesitan nuestro apoyo extraordinario, quizás ahora más que nunca antes. Ustedes, padres, también necesitan apoyo extraordinario ya que vivimos en una cultura desafiante.
Una de las maneras en que nosotros, como adultos, podemos brindarles apoyo a nuestros jóvenes es a través de nuestros programas educativos católicos. La próxima semana escribiré acerca de nuestros esfuerzos en cuanto a la educación religiosa y la formación de la fe. Esta semana deseo concentrar la atención en nuestras escuelas.
Hace algunas semanas comunicamos noticias extraordinarias sobre los logros de nuestros estudiantes católicos en el programa de evaluación estatal ISTEP. No solamente sobrepasamos la puntuación del sistema público, lo hacemos de manera espectacular; además hicimos más que defendernos frente a las otras escuelas privadas del estado. Una medida nacional de la calidad de nuestro sistema escolar es el hecho de que el año pasado cinco de nuestras escuelas católicas ganaron un premio Blue Ribbon School Award. Solamente 50 escuelas en el país recibieron tal distinción. Se espera que este año otras cinco escuelas logren dicho galardón. Nuestros maestros y directores trabajan arduamente para proporcionar la mejor educación a nuestros jóvenes.
Cualquiera que esté atento también sabe que sería un eufemismo decir que nuestros estudiantes se destacan en competencias deportivas y otras actividades extracurriculares en nuestras escuelas secundarias. Tienen estándares muy elevados en lo atinente a la disciplina necesaria para tener éxito y para aprender el arte de una competencia justa.
Sin embargo, con todo lo anterior, lo que verdaderamente distingue a nuestras escuelas católicas es el hecho de que la formación en la fe católica es una prioridad cultivada. La formación en nuestra fe es mucho más importante que la excelencia académica o deportiva, o cualquier otro logro extracurricular. La catequesis que nuestras escuelas proporcionan nos distingue de las demás escuelas. Algunas escuelas públicas han comenzado a promocionar que ofrecen programas con “valores agregados”. No entiendo bien lo que eso significa, pero estoy seguro de que la oferta no incluye instrucción en la doctrina de la religión católica y moral.
Al observar las tendencias recientes en la inscripción en las escuelas, tengo varias inquietudes. La preocupación más evidente es el costo de la educación en nuestras escuelas. Un amigo obispo señala con frecuencia que “la amistad cuesta”, es decir, que ser amigo requiere sacrificios, si no financieros, hay sacrificio de tiempo. Ser un amigo significa darle valor prioritario a la relación. Proporcionarles a nuestros hijos una formación de fe tiene un costo.
Estoy profundamente impresionado con los sacrificios que muchos de ustedes, como padres, realizan para poder proporcionarles a sus hijos una educación y formación católica. Les están dando un obsequio que rendirá sus frutos y cuesta. Lo mismo hacen los maestros y directores, cuyos salarios implican sacrificio.
Entiendo que para algunos de ustedes es imposible proporcionarles una educación católica a sus hijos sin contar con asistencia financiera. Yo, al igual que muchos otros compañeros, estamos trabajando arduamente para poner a su disposición más ayuda financiera. Elogio a nuestras parroquias que no solamente “van más allá”, sino que sobrepasan las expectativas para ayudar a aquellas familias cuyos recursos son bastante limitados. Continuaremos trabajando arduamente para ampliar aun más estas oportunidades.
También entiendo que hay lugares en la arquidiócesis donde no existen escuelas católicas y ustedes, padres, no tienen la opción de brindarle a sus hijos una educación católica. Ojalá tuviéramos a disposición más escuelas. Para ustedes y sus familias, nuestros programas parroquiales de formación religiosa son todavía más importantes.
Por otro lado, me preocupan aquellos padres que pudiendo realizar los sacrificios financieros para proporcionarles una educación y formación de fe católica a sus hijos, optan por no hacerlo. Quiero invitarlos a que reflexionen sobre el hecho de que el propio sentido de la vida humana tiene que ver, en definitiva, con nuestra necesidad de salvación. En una cultura secular y materialista necesitamos toda la asistencia que podamos obtener para ayudar a nuestros jóvenes a mantenerse concentrados en lo sobrenatural y su destino en la vida. ¿Qué valores se anteponen a nuestra necesidad de formación religiosa en la fe para la travesía de la vida?
¿Dónde aprenderán nuestros jóvenes que nuestra fe católica es única en cuanto a su énfasis en la importancia de los sacramentos y nuestra participación de por vida en ellos para lograr nuestra salvación?
¿Cómo podemos ayudarlos a entender que la religiosidad popular de las “mega iglesias” suburbanas no constituye un sustituto para la vida sacramental instituida por Cristo?
¿Cómo podemos ayudarles a entender que no podemos sobrevivir en esta vida sin el consuelo y la fortaleza que recibimos de los sacramentos? Más en la reflexión de la próxima semana. †