October 7, 2005

Seeking the Face of the Lord

El verdadero sentido de la libertad y la justicia se pierde sin Dios

Tal y como se nos recordó durante el Domingo de Respeto a la Vida, nuestra Iglesia continúa defendiendo la dignidad de la vida humana desde el momento de la concepción hasta el momento de la muerte. A veces pareciera que nuestra voz fuera la única. Mis agradecimientos para todos aquellos que se mantienen firmes en su compromiso a favor de la vida en una cultura que se aparta cada vez más de su origen, el Creador de nuestra dignidad humana, el propio Dios.

La cultura de la vida se ve desafiada de muchas formas. Recientemente la Santa Sede nos ha informado a los obispos acerca de la existencia de un documento que está en circulación en estos momentos, titulado “Declaración Religiosa sobre los ODM (Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas) relativos a los Derechos de la Mujer y Salud Reproductiva.” Lo patrocina “Red Interdogmática para el Desarrollo y la Salud Reproductiva” y apoyado por  los (autoproclamados) “Católicos por la Libre Elección”.

La intención es enviar una declaración firmada por “académicos religiosos, clérigos y abogados” para los jefes de Estado, dirigentes de las Naciones Unidas y líderes religiosos. La finalidad es garantizar que el tema de la salud y los derechos reproductivos se incorporen en los debates de la cumbre “Objetivos de Desarrollo del Milenio” que se celebró en septiembre, en la Sede de la ONU en Nueva York.

Los términos “salud reproductiva” y “derechos reproductivos” son tan ambiguos que incluyen el aborto, la contracepción y otros métodos ilícitos de planificación familiar que son claramente contrarios a las enseñanzas de nuestra Iglesia. No me he enterado de los resultados de la cumbre, pero si la iniciativa tiene éxito, dejará sin efecto los esfuerzos de la Santa Sede para promover la cultura de la vida en esta área. Y ante las autoridades internacionales, la posición de la Iglesia Católica en la defensa de los valores morales básicos, tales como la dignidad de la vida humana, quedará desacreditada.

Debido a que la iniciativa iba dirigida a las personas vinculadas directamente a las organizaciones y comunidades religiosas, estamos razonablemente consternados ya que algunas personas de buenas intenciones, incluyendo católicos devotos, podrían haberse dejado llevar erróneamente para suscribir dicha iniciativa, sin entender verdaderamente las repercusiones de sus actos.

Resulta odioso pensarlo, pero tal vez esta iniciativa se vio en buena parte eclipsada por la tragedia del Huracán Katrina. Sin embargo, la cito como un ejemplo de la forma cómo se fomenta intencionalmente la erosión de la cultura de la vida bajo la rúbrica de “salud reproductiva” y “derechos reproductivos”.

Continuamos luchando para asimilar una definición madura de la libertad humana y los derechos individuales. En nuestro medio ambiente arraigado en una cultura de libertades individuales y democracia, es difícil contar con una perspectiva que incluya el bien común. La democracia es buena, pero no es una bondad absoluta. La libertad individual es buena, pero se equivoca si el bien del individuo lesiona al bien común de la sociedad. Se equivoca si la verdad la determina un voto democrático o una elección personal.

Lo que sucede en nuestra lucha cultural por la dignidad de la vida humana es otro ejemplo de la “dictadura del relativismo” descrita por el Papa Benedicto. Si no existe una verdad absoluta, los valores humanos son opcionales. De este modo, en una circunstancia dada, una persona puede determinar si la vida humana tiene el derecho o no a existir. Cuando la determinación de lo que es moralmente verdadero o bueno se deja únicamente al libre albedrío individual, entonces dicho individuo se atribuye a sí mismo el papel de Dios.

Creo que fue en su homilía antes del Cónclave que el futuro Papa Benedicto dijo: “Donde quiera que el hombre ya no se perciba como un ser bajo la protección particular de Dios, comienza el barbarismo que aplasta a la humanidad. Cuando se pierda el sentido de la singular dignidad de cada persona a la luz de los designios de Dios, allí, el proyecto de la humanidad quedará horriblemente deformado y su libertad, desprovista de normas, se tornará monstruosa.” El Papa Juan Pablo II la llamaba la “cultura de la muerte”.

El llamamiento a los derechos humanos toca nuestro sentido de justicia. A pocas semanas de su elección, el Papa Benedicto dijo: “Para ser trabajadores de esta justicia verdadera, debemos ser obreros que se hacen justos gracias al contacto con aquél que es la justicia en sí misma: Jesús de Nazareth. Su punto de encuentro es la Iglesia. En ningún lugar se encuentra presente de forma más intensa que en sus sacramentos y en la liturgia.

En ocasiones olvidamos que la justicia comprende nuestras responsabilidades para con el propio Dios. Hay algo fundamentalmente contraproducente cuando insistimos obtener ciertos derechos humanos sin darle, al mismo tiempo, la debida reverencia y culto a Dios. Después de todo, le debemos todo a Dios. Eso incluye el respeto de su imagen y semejanza reflejadas en toda la vida humana.

Tal vez debamos expandir nuestro concepto de la virtud de la justicia. Si Dios está ausente, pierde todo sentido. †

 

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