Buscando la
Cara del Señor
Permitamos que el amor humilde sea nuestro regalo de Navidad para Jesús
San Lucas y San Mateo comenzaron sus relatos del Evangelio con una historia muy conmovedora sobre el nacimiento de un bebé.
San Juan toma un enfoque diferente. El Papa Benedicto XVI dice: “John, el águila, ve más allá del misterio de Dios y nos muestra cómo esto lleva al establo, e incluso más allá … ¿Qué es lo que la Iglesia quiere decirnos verdaderamente sobre el Día de Navidad durante todo el año y en nuestras propias vidas?”
Dice que preferimos escuchar el relato conmovedor del nacimiento de Jesús en las versiones de Mateo y Lucas, en contraposición al relato de San Juan: “En el principio existía el verbo … y el verbo se hizo carne” (en Buscando el Rostro de Dios, Franciscan Herald Press, 1982, p. 82-83).
De hecho los relatos de todos los Evangelios juntos explican la profunda simpleza: Dios realmente se hizo uno de nosotros. “La expresión de Juan: ‘El verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros’ proclama el contenido real de la Navidad y nuestra razón de júbilo (cf. p, 83).
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.” El Papa Benedicto señala: “El pesebre donde nació el Hijo de David porque no había cabida para él en su propio pueblo, repentinamente se hace visible por medio de esas misteriosas palabras del evangelio según Juan.” (p. 82). Juan habla de la santa noche de la Navidad.
¿Qué sucedió verdaderamente en Navidad? Vino a los suyos como un niño. Pero no vino a nosotros como un niño que sería simplemente otro gran hombre. ¿Acaso habría sido suficiente—que viniera a nosotros como un niño—para darnos una esperanza renovada?
Ciertamente los niños nos traen esperanza. Son puros y no están hastiados del mundo. Están abiertos. Pueden enseñarnos a mirar el mundo y ver nuevas posibilidades.
Pero nuestro Santo Padre nos recuerda que si nos aferramos demasiado a la posibilidad de un nuevo comienzo en la vida que vemos en los niños, quizás al final no tengamos más que desilusión. ¿Por qué? Porque el mundo también puede usar la novedad de la infancia para sus propios fines. Los niños también caen en la realidad de la vida mundana (cf. p. 83).
Entonces ¿por qué el Hijo de Dios vino como un niño? Su nacimiento es mucho más que el simple nacimiento de un niño. El propio Hijo de Dios había nacido, algo que se escapa a la imaginación y el entendimiento. Fue un nacimiento profetizado por siglos; se esperaba y era necesario.
Dios se acercó tanto a nosotros por medio del nacimiento de Jesús para que pudiéramos tocarlo con nuestras propias manos y verlo con nuestros propios ojos. No es simplemente una idea de Dios que forma parte de este mundo. Es la Palabra del Evangelio hablándonos. Él nos conoce, él nos llama, él nos guía. El Hijo del Dios Vivo nació en un establo en Belén.
¿Aceptamos a un “Dios niño”? Es una pregunta importante que debemos hacernos cada uno de nosotros mientras rezamos ante el pesebre de Navidad en nuestras iglesias y en nuestros hogares.
¿Acaso es este obsequio de Navidad divino demasiado hermoso y demasiado simple, y al mismo tiempo demasiado profundo para ser verdad?
Este niño de la Navidad es también Dios poderoso. Y Dios es bueno. No es un Dios distante a quien no podemos acercarnos. Puede estar muy cerca precisamente porque él es Dios. Podemos hablarle. Tiene tiempo para nosotros. Como nos ha dicho el Santo Padre, él tiene tanto tiempo para nosotros que puede reposar en una cuna como hombre y ha permanecido eternamente hombre, uno de nosotros (p. 85).
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.” ¿Acaso somos así todavía hoy en día, en la Navidad del 2006? ¿Rechazamos recibir al Dios hombre entre nosotros? ¿Rechazamos al Niño Dios quien desea tocar nuestros corazones desde la cuna en Belén? ¿Acaso somos demasiado orgullosos para aceptar a un niño Dios, para dejar redimirnos?
El examen de conciencia se responde con otra pregunta: ¿Aceptamos a los que no tienen hogar en nuestras propias ciudades y pueblos? El Papa Benedicto señaló que “su propia gente no lo recibió” y esto debe tocar una fibra en todos nosotros. “Nos adentramos en la razón más profunda de por qué muchos no tienen hogar en el mundo: en nuestro orgullo le cerramos la puerta a Dios y a nuestros compañeros … Vino como un niño para atravesar nuestro orgullo” (p. 86).
Tal vez nos habríamos rendido mucho más fácilmente si hubiera venido con todo su poder y majestad, pero vino como un niño. ¿Por qué? Dios desea nuestro amor y no simplemente nuestro consentimiento intelectual. Quiere nuestro amor.
Que este sea nuestro obsequio de Navidad para Jesús mientras rezamos ante su cuna: ¡nuestro humilde amor! †