Buscando la
Cara del Señor
Los celebrantes de bodas son un faro de esperanza para la juventud
Un domingo del mes pasado la Catedral San Pedro y San Pablo estuvo repleta de parejas de muchas partes de la arquidiócesis.
Fue nuestra celebración anual de los aniversarios de bodas de oro de aquellos parroquianos que vinieron desde todos los rincones para estar presentes.
De hecho, un buen número de los que asistieron han estado casados por más de 60 años. La mayoría estuvieron acompañados por miembros de su familia. Creo que es uno de los eventos litúrgicos anuales más hermosos debido a que hay mucho gozo y un sentir de que la gracia de Dios es maravillosa.
La celebración de las bodas de oro resulta muy oportuna. Debido a nuestro bautismo como cristianos estamos llamados a vivir el amor y la misericordia de Jesús en una época en la cual nunca ha sido más necesario. ¡La celebración de las bodas de oro nunca podría haber sido de más valor!
Una y otra vez escuchamos historias de promesas rotas. Alguien pregunta, ¿hay historias reales y narradores dignos de crédito sobre la historia de Jesús? Hombres y mujeres, especialmente nuestra juventud, están cansados de promesas rotas y comienzan a cuestionarse si alguien puede mantener sus promesas. Una profesora universitaria me dijo que la preocupación mayor que ella encuentra entre sus alumnas es si lograrán tener o no un matrimonio feliz y perdurable. Nuestros celebrantes de bodas de oro son un ejemplo de que puede haber matrimonios perdurables.
Esa tarde, a mediados de septiembre, celebramos la belleza sencilla y el poder de vida de los años dorados de mantener las promesas. Y sí, reconocimos que la fidelidad es un trabajo difícil, al menos en algunos momentos.
Nuestra juventud, que nos busca como guía espiritual y moral, y como apoyo, debe ver que la fidelidad es posible. Nosotros, sus hermanas y hermanos mayores, sus padres y abuelos y los líderes religiosos, tenemos el reto de contar una historia de conciencia de la promesa mantenida de Jesús por la cual la gente puede vivir y tener esperanza. El aniversario de las bodas de oro es un faro de esperanza que da vida para nuestra sociedad, especialmente para nuestra juventud.
Por supuesto, nadie puede vivir nuestro llamado a ser perfectamente santos, pero necesitamos celebrar el hecho simple de que, de la mejor manera que han podido, nuestras parejas de festejantes hayan hecho aquello que se les solicitó hacer en el día de su boda. Ellos son testigos de la fidelidad de Jesús. Sus vidas están juntas en los momentos buenos y en los malos, en la enfermedad y en la salud, son testigos no sólo de la posibilidad sino del hecho de que con la gracia de Dios podemos mantener las promesas de por vida.
Si las parejas nos contaran sus historias, estoy seguro de que pudiésemos tener un tapiz tejido con hermosos hilos de alegría mezclados con hilos oscuros de dolor, sufrimiento y pena. Aún así, sus historias formarían un hermoso tapiz.
De hecho, supongo que los detalles del transcurso de sus vidas no son tan importantes. Vitoreamos a las parejas de bodas de oro debido a que los tapices de sus vidas representan triunfos en el Evangelio, triunfos cristianos. No medimos los triunfos Cristianos por la riqueza o por lo que cuestan.
Al hacerlo así pasamos por alto un punto esencial de la historia de Jesús y de nuestra vida de discipulado. La de Cristo es una historia de promesa, sí, pero es una promesa de vida alcanzada sólo a través de la realidad de la cruz. Y así es también la vida de un cristiano, la historia que vivimos en la fe, no es una historia de triunfo a los ojos de muchos.
Puede ser que el mensaje más elocuente que nos den nuestras parejas de aniversario es su entrega a la cruz en las cosas de la vida diaria. ¿Quién puede calibrar el poder espiritual de los sacrificios valerosos y resignados en la vida de los padres? Nuestros padres Cristianos y todos nosotros como cristianos vivimos en los días difíciles de una sociedad que se vuelve cada vez más materialista, donde la riqueza de la familia es más importante que el amor familiar.
Resulta obvio que las parejas que han sido bendecidas con un matrimonio que prospera en sus años dorados han recibido la gracia de Dios para que ella surta su efecto. Pero también es verdad que ellos aceptaron esa gracia. En un sentido, aceptaron a Dios como una tercera parte mutua en sus matrimonios. Son parejas que mantuvieron su fe y lo hicieron en oración.
Les pedí a nuestros celebrantes que continuaran tomando todo lo que se les presenta en el camino durante los años dorados para orar juntos y también aparte. Les dije que los necesitamos como una fuente generadora de oración. Nuestra juventud necesita vernos a los mayores rezar en la Iglesia y en el hogar.
Nuestra juventud también nos necesita como testigos de un amor constante por nuestra Iglesia. Necesitan ayuda para comprender que los sacramentos de la Iglesia nos sostienen en la fe, la esperanza y la caridad. Necesitan ver que confiamos en la gracia de Dios y que nosotros mismos deseamos colocarnos en sus manos, especialmente en los momentos difíciles. ¡Dios bendiga a sus padres y abuelos! †