Buscando la
Cara del Señor
El don divino de Dios se celebra con noble sencillez durante la Semana Santa
Qué se considera una buena práctica en la fe? ¿Qué constituye una adoración adecuada en nuestras iglesias?
¿Acaso los sermones inspiradores y el cántico de himnos conmovedores son la clave para la salvación? ¿Acaso aquellas personas que asisten a un concierto conmovedor de música sacra durante la Semana Santa tienen más probabilidades de ser salvos que aquellos que se reúnen para la Misa de la Pascua en una de nuestras iglesias misioneras más diminutas?
El misterio de Jesucristo que celebramos es mucho más profundo que aquello que expresamos en palabras y canciones. Las palabras y las canciones son importantes, pero el misterio es esencial.
El dramatismo de la Semana Santa abriga el alma. Tres días especiales, el triduo del Jueves Santo, Viernes Santo y la Vigilia Pascual, están colmados del dramatismo y la tragedia de nuestra salvación que culmina en la gran celebración de la Pascua.
Si nos tomamos nuestra salvación en serio, es nuestra obligación formar parte de la conmemoración de la Iglesia de la Semana Santa y la Pascua. No se trata simplemente de otra semana a comienzos de la primavera.
Las obras teatrales llenas de dramatismo de la Pasión y las presentaciones corales conmovedoras de muchas iglesias son maravillosas. Las obras y la música edificantes para el alma nos ayudan enormemente a crear una disposición para el verdadero significado del sufrimiento, muerte y resurrección de Jesús.
Sentir la tragedia del sufrimiento de Jesús y entrar en contacto con nuestras penas y nuestra necesidad de arrepentimiento porque nuestros pecados le ocasionaron tanto sufrimiento, forma parte de una buena liturgia. Y lo mismo sucede con los sentimientos positivos de la Pascua, al saber que después de todo, hemos sido salvos.
Pero una buena práctica de la fe y una adoración adecuada, es mucho más que sentimientos conmovedores que pueden esfumarse el lunes en la mañana, después de la Pascua. Considero que la mayoría de nosotros se da cuenta de que si dependiéramos de que nuestros sentimientos nos llevaran a hacer lo debido (y nos impidieran hacer lo indebido), para poder salvarnos, muchos de nosotros estaríamos metidos en problemas la mayor parte del tiempo. Por lo tanto, una adoración adecuada (y una buena práctica de la fe), es más que buenos sentimientos.
Jesús nos entregó la Iglesia y los sacramentos de la Iglesia porque necesitamos símbolos que podamos ver y tocar, necesitamos señales visibles de que somos salvos.
Necesitamos símbolos visibles que de alguna forma mantengan presente aun hoy en día aquello que fue mucho más que una obra teatral dramática durante su Pasión, muerte y resurrección, mientras Jesucristo se encontraba en la Tierra.
Creemos que Jesús fundó la Iglesia para que los misterios de su vida y muerte pudieran difundirse aun mientras esté sentado a la derecha del Padre. Creemos que nos entregó los sacramentos para que su misterio de la salvación esté presente aun hoy en día.
El martes de Semana Santa, celebramos la Misa de Crisma en la cual bendecimos los santos óleos que se utilizan en los sacramentos de la Iglesia. Y conmemoramos la institución del Sacramento del Orden con la renovación de las promesas de los sacerdotes de nuestra arquidiócesis. Sin el sacerdocio no existiría la Eucaristía.
El Martes Santo celebramos la Última Cena, la institución de la santa Eucaristía, el máximo sacramento. Cada vez que se celebra la Misa, se representa todo el misterio de Jesús, ya sea en la catedral más suntuosa o en la capilla misionera más diminuta. En toda celebración de la Misa, no solamente evocamos todo el dramatismo de la salvación, sino que una vez más se nos ofrece y se hace especialmente presente. Ningún sermón inspirador ni ninguna coral conmovedora puede hacer semejante proclamación ni hacer tanto bien.
Y en la Vigilia Pascual les damos la bienvenida a nuevos hermanos y hermanas en nuestra comunidad de fe. Celebramos los sacramentos del bautismo y la confirmación que nos inician en la Iglesia y la oportunidad para la salvación.
La Semana Santa y la Pascua nos recuerdan que la vida y la realidad van mucho más allá de lo que podemos ver. Dios amó tanto al mundo que le pidió a su único hijo que entregara su vida por cada uno de nosotros. ¿Qué hacemos nosotros a cambio?
Una buena práctica de la fe y una adoración adecuada suponen la entrega de nuestro amor a Dios. Asistimos a la Iglesia para dar gracias y no simplemente para sentirnos bien.
Pero sentirnos bien no tiene nada de malo y nuestro desafío es planificar celebraciones litúrgicas de tal modo que también nos sintamos conmovidos emocionalmente. Sin embargo, debemos profundizar aun más en nuestras mentes y en nuestros corazones para abarcar el maravilloso misterio de nuestra salvación, presente entre nosotros aun hoy en día.
Los invito a todos a que hagamos un esfuerzo por participar en la liturgia de la Semana Santa a medida que nos acercamos a la Pascua.
Comenzando con el dramatismo del Domingo de Ramos, exploramos en la fe el significado de nuestras propias vidas en respuesta al amor de Dios por nosotros.
Este don divino se celebra con noble sencillez durante la gran Semana Santa, el triduo y la gran Vigilia Pascual. †