Buscando la
Cara del Señor
Sólo la oración puede ayudarnos a descubrir qué quiere Dios para nosotros
Durante la Semana Nacional para la Concienciación sobre las Vocaciones resulta importante reflexionar sobre la responsabilidad propia para aceptar nuestro papel en el servicio a Dios y a Su pueblo. Dios tiene un plan para nosotros.
Un amigo me contó una historia sobre un chico llamado Tim, estudiante del último año de secundaria y estrella del atletismo. Su equipo de atletismo se encontraba en las finales estatales.
Los entrenadores de Tim estaban seguros de que su equipo podía ganar. Pensaron que Tim tal vez podría establecer una nueva marca en la carrera de 400 metros. Había trabajado arduamente como atleta durante todos sus años en la secundaria. Muchos entusiastas estaban presentes en la competencia, incluyendo mi amigo.
Finalmente llegó el gran momento de Tim; se oyó la pistola de arranque y todos salieron corriendo. Tim se tropezó con sus propios pies y cayó de bruces. Mi amigo contaba que los hinchas se quedaron boquiabiertos y se les detuvo el corazón. El muchacho se había esforzado durante años para ganar esta competencia y establecer una nueva marca. ¿Acaso fue este el trágico final de un sueño?
Tim se incorporó de un salto y salió corriendo a toda velocidad. Mi amigo comentaba: “Me encantaría poder decirte que alcanzó al grupo de corredores, los pasó y obtuvo el primer lugar, pero no fue así. Me encantaría poder decirte que Tim alcanzó al corredor más rezagado del grupo y lo pasó. Pero no fue así. Sus contendientes iban demasiado adelantados.”
Cuando el primer corredor rompió la cinta de la meta se escucharon aclamaciones y aplausos de sus compañeros de clase, familiares y amigos. Todos los corredores recibieron un aplauso a medida que llegaban a la meta. Cuando Tim llegó a la meta en el último lugar, detrás de los demás competidores, recibió una larga ovación de pie de todos los hinchas.
Tim se había levantado. Terminó la carrera y la terminó muy bien. No solamente era un atleta con clase, sino también una persona con clase. No se rindió ni se dio por vencido ante el disgusto y el desaliento. De hecho, si lo pensamos detenidamente, quizás ésta haya sido la carrera más grande en la vida de Tim.
La historia de Tim es una lección sobre carácter, valentía, humildad y determinación frente a una dificultad. Esas son las características describen a un ganador. Son virtudes que todos necesitamos.
Y viéndolo desde la perspectiva de la vida, es fácil hacer el paralelo entre la historia de Tim y el reto de nuestra vida en la fe cristiana.
La perspectiva es amplia y corremos esta carrera una sola vez. Sin esa perspectiva amplia pasamos por alto el significado de la vida.
Estamos llamados a buscar el reino de Dios porque esa es nuestra meta: nuestra morada final y el final de la carrera. Quizás nos tropecemos o caigamos, todos lo hacemos, pero gracias a la fe tenemos el valor de comenzar nuevamente y alcanzar nuestra meta.
Es importante cómo corremos en la carrera. En el bautismo todos recibimos el llamado fundamental a seguir a Cristo. Ignorar la realidad de este llamado es hacerle cortocircuito a la vía a la felicidad, la alegría y la paz.
Nuestra vocación no es simplemente algo genérico. En el plan de Dios cada uno de nosotros ha recibido unos dones específicos para seguir a Cristo en un modo tal que marque la diferencia.
La mayoría están llamados a la santidad mediante la vida matrimonial. Algunos son llamados a la santidad para marcar la diferencia como personas solteras y dedicadas.
Algunos son llamados a ser hombres y mujeres religiosos o diáconos y a otros se les llama a marcar la diferencia en nuestro mundo como sacerdotes generosos.
Se nos llama a correr en la carrera de acuerdo a nuestra propia vocación y la gracia de Dios nos da lo que necesitamos para hacerlo. Nuestro desafío es discernir qué quiere Dios de nosotros. Es lo hacemos en la oración.
Durante la Semana Nacional para la Concienciación sobre las Vocaciones la Iglesia nos invita a rezar para obtener una respuesta generosa al llamado de Dios a amar y a la santidad, especialmente mediante el sacerdocio y la vida consagrada.
Recordemos lo que San Pablo escribió a su discípulo Timoteo: ”“He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida. Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas …” (2 Tm 4:6-8, 17).
Nuestra fe es el obsequio más preciado que tenemos.
Todos tenemos montones de preocupaciones e inquietudes sobre el futuro. No debemos olvidar nunca que tenemos a Jesús a nuestro lado.
Al dirigirse a un grupo de jóvenes adultos en Nueva York, el Papa Benedicto XVI dijo: “Les insto a que profundicen su amistad con Cristo. Hablen con Él de corazón a corazón.”
Nadie en el mundo puede darles mayor garantía sobre el futuro. Pero podemos estar seguros de esto: Si rezamos todos los días, a nuestra manera, todo saldrá bien. †