Buscando la
Cara del Señor
El bautismo es un llamado a la santidad y nos ayuda a responder al Evangelio de Cristo
Para muchos de nosotros, el mes de agosto marca el inicio de un nuevo año escolar y, en efecto, representa en cierta forma un comienzo en todo aspecto. Los nuevos comienzos me hacen evocar al bautismo, de modo que pensé en ofrecerles algunas reflexiones acerca del significado de este sacramento tan importante.
Después del don de la vida humana que recibimos de nuestros padres, el bautismo es el obsequio más grande que jamás hayamos recibido. Resulta muy fácil no valorar verdaderamente este sacramento, especialmente si fuimos bautizados de bebés.
Al bautizársenos nos convertimos en hijos e hijas “adoptivos” de Dios Padre, un padre como ningún otro.
Y, en palabras del Papa Benedicto XVI, recibimos “una nueva comunión existencial con Cristo” y recibimos “un nuevo destino” (cf. homilía de la Misa Crismal, 2009).
También se nos infundió el don del Espíritu Santo, lo cual nos convirtió en templo del Espíritu Santo.
El atuendo blanco que se viste en el bautismo simboliza esta nueva condición en nuestras vidas. Sin embargo, la unión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no es meramente simbólica, como tampoco lo es el nuevo destino. En definitiva, vamos de camino a la Casa del Padre.
Esta meta y el camino que debemos recorrer son decisivos para nuestra paz y felicidad humana. A menudo describimos el camino a nuestro destino y la unión con Dios como el llamado a la santidad. Y por consiguiente, consideramos nuestro bautismo como un acontecimiento de extrema importancia y valor.
Jesús nos enseñó que el bautismo es necesario para la salvación. En su diálogo nocturno con Nicodemo, dijo: “El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3:5).
Tras su resurrección, Jesús se encontró con los once Apóstoles y les confirió la misión de predicar el Evangelio y bautizar, diciendo: “El que crea y se bautice, se salvará” (Mc 16:16).
El Catecismo católico para adultos de los Estados Unidos nos dice que “La palabra bautismo proviene del griego y significa “sumergir” y “baño.” Sumergirse en el agua es un signo de muerte y emerger de ella significa una vida nueva. Bañarse en el agua también es experimentar una limpieza. San Pablo resume esta verdad cuando dice: ‘Por el Bautismo fueron ustedes sepultados con Cristo y también resucitaron con él, mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos’ (Col 2:12; p. 195).
Mediante el bautismo recibimos el perdón por el pecado original que heredamos de nuestros primeros padres, Adán y Eva. A la luz de la nueva vida que conquista el perdón bautismal decimos que hemos renacido.
Sin embargo, el perdón del pecado original no elimina la inclinación al pecado, al que a veces nos referimos como el oscurecimiento de la mente y una debilitación de la voluntad.
No siempre hacemos aquello que está bien. Pero una vez bautizados, también contamos con el sacramento de la Penitencia y el sacramento de la Eucaristía, la oración y una vida de virtud (Cf. del Catecismo católico para adultos de los Estados Unidos, p. 205).
La nueva relación existencial con Cristo se describe en el Catecismo de la Iglesia Católica: “Incorporado a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado con Cristo. El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble [carácter] de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación. Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser retirado” (CIC, # 1272).
El bautismo nos marca permanentemente como pertenencias de Cristo, cuya imagen llevamos.
Dado el hecho de que llevamos la imagen de Cristo, no debería sorprendernos que el bautismo sea un llamado a la santidad. Ya que este sacramento nos coloca en un sendero que eventualmente desemboca en la Casa del Padre, el camino que tomamos es, por supuesto, la forma en que Jesús vivió y cómo nos enseñó a vivir. En otras palabras: respondemos al Evangelio de Cristo.
En el bautismo, el papel del Espíritu Santo es impulsarnos a responder el llamado a la santidad de Cristo, un llamado a confiar en el amor y la sabiduría de Cristo. Al bautizarnos recibimos una participación en la vida divina, es decir, recibimos una gracia santificadora que nos permite vivir tal como Jesús vivió y predicó. La parte que nos corresponde es aceptar la gracia divina y responder al llamado de Cristo a vivir de acuerdo al Evangelio.
El sacramento del bautismo es crucial para poder cumplir con el verdadero significado del don de la vida humana. Este sacramento nos brinda el privilegio de participar en la vida divina de Dios y nos proporciona los medios para alcanzar nuestra meta máxima en la vida.
Sin la gracia de este sacramento resultaría extremadamente difícil marcar la diferencia en nuestro mundo, a lo cual nos faculta nuestro llamado a la santidad. †