Buscando la
Cara del Señor
Muchos merecen agradecimiento por su apoyo a las escuelas católicas
Como parte de la celebración anual de la Semana de las escuelas católicas, primero deseo extender nuestro agradecimiento a todas las personas que hacen que nuestras escuelas sean una realidad.
Pienso en nuestros pastores que hacen posible el costeo de nuestras escuelas, lo cual no es una tarea fácil. Mantener y promover la excelencia en nuestras escuelas elementales y secundarias parroquiales es una labor ardua, que no siempre se reconoce y se aprecia, y que viene acompañada de preocupaciones para nuestros pastores.
También pienso en nuestros administradores escolares quienes se preocupan por la pesada carga que representan nuestras escuelas. Pareciera que nunca hay suficientes fondos para cubrir las necesidades de los docentes y de los alumnos. A menudo no se aprecia la labor de los administradores de nuestras escuelas, al igual que la de nuestros maestros.
Sé por mi propia procedencia que la docencia no es tan fácil como parece. Mi mamá fue la primera maestra laica en mi parroquia natal Holy Family en Jasper. El tiempo que invertía para preparar las lecciones era una tarea laboriosa, sin mencionar la expectativa adicional de supervisar el área de juegos y el mantenimiento del salón de clases. Mamá no pedía expresiones de agradecimiento. Su trabajo se veía recompensado por el agradecimiento de sus alumnos a quienes quería enormemente.
Sé por mi propia trayectoria como maestro en Saint Meinrad que la preparación de las clases demora mucho tiempo. Se supone que un maestro entra al aula preparado para impartir clases. Corregir pruebas y tareas requiere mucho tiempo y exige la dedicación consciente del maestro. ¡Esta es una estupenda oportunidad para darles las gracias!
Nuestra Oficina de Educación Católica ofrece una excelente gestión y funciona con un presupuesto limitado. Me enorgullece la excelencia de la educación que imparte y promueve nuestro personal docente. La atmósfera positiva y el espíritu alegre que uno encuentra en estas personas son indicios de su dedicación y compromiso con sus metas.
Quiero darles las gracias a los padres que respaldan nuestras escuelas. Estoy muy consciente de los sacrificios económicos que hacen a fin de permitir que sus hijos reciban una sólida formación católica. Les doy las gracias a los abuelos que brindan su apoyo y fomentan los valores tradicionales de una sólida formación católica.
La formación que se ofrece en nuestras escuelas católicas no puede llegar muy lejos si no encuentra reafirmación y apoyo en el hogar. Los padres y los maestros comparten una responsabilidad mutua en la formación religiosa, académica y social de nuestros niños.
Sé que algunos de nuestros pastores y maestros expresan una grave preocupación en relación al enfoque a veces casual que tienen nuestros padres que en general son dedicados, con respecto a la importancia de la práctica y la participación sacramental. La asistencia a la Misa dominical no es algo que nuestras familias deben ignorar. La ausencia de orientación por parte de los padres en este asunto no resulta provechoso para nuestros niños, ya que socava la formación espiritual y religiosa que ofrecen nuestros programas escolares.
Nuestras escuelas católicas existen no solamente para ofrecer programas académicos y extracurriculares excelentes. Nos tomamos muy en serio la formación religiosa y ésta es la justificación fundamental de la inversión que realizamos en nuestras escuelas.
Me temo que los valores seglares pueden infectar los valores familiares y esto sucede no solamente con respecto a nuestra formación escolar, sino también, y especialmente, con respecto a nuestro compromiso con los programas catequéticos y de formación religiosa en nuestras parroquias.
Solemos pensar que la formación religiosa pertenece a un conjunto distinto de valores y prácticas, en comparación con los valores seglares, especialmente en lo atinente a la práctica sacramental.
Para los pastores y directores de nuestros programas catequéticos parroquiales resulta doloroso observar a los padres que dejan a sus hijos en la escuela dominical y se marchan, en lugar de participar en la Misa del domingo. La ausencia de los padres envía un mensaje muy poderoso que va en contra de los valores de nuestra fe. Crea la interrogante de si los padres entienden o aprecian el valor de la Eucaristía y otros sacramentos.
Me doy cuenta de que la mayoría de los padres son fieles en la promoción de un sentido de dedicación a las prácticas de nuestra fe y deseo apoyarlos y lo hago con agradecimiento. Al mismo tiempo, deseo dar un codacito a aquellos que tal vez han perdido la perspectiva en relación a la importancia de su fe católica y del posible efecto que esto tiene de por vida en sus hijos.
El mayor obsequio que los padres dan a sus hijos, además de la vida misma, es el don de la fe y la unión con Dios que se transmite en el bautismo. Nada es más importante en la vida que esa exposición inicial a la plenitud de la vida cristiana.
Pero esa unión con Dios debe cultivarse y fortalecerse en la vida sacramental que Cristo instituyó para facilitar nuestro camino a la salvación. El objetivo de cada vida humana es finalmente entrar en la Casa del Padre, en el Reino de Dios. Jesús conquistó ese camino al cielo por nosotros. A nosotros nos queda el desafío de aceptar ese obsequio. †