Buscando la
Cara del Señor
Un matrimonio feliz se fundamenta en el amor de Dios
Siempre me ha maravillado que el día de una boda es algo muy especial para los esposos, pero es simplemente un día más para los demás que no pertenecen al cortejo.
En el día de cualquier boda hay personas jóvenes y mayores, ricas y pobres, hermosas y no tan agraciadas que deambulan por las calles buscando algo que hacer.
Buscan algún tipo de sentido en sus vidas. Buscan a alguien a quien le importe.
Y si por casualidad una de esas personas solitarias entrara en una hermosa iglesia durante una boda, ¿qué pensaría?
Me imagino que algunas de ellas pensarían: se trata de otra boda más. Otros, los más románticos, tal vez queden cautivados con la belleza de los novios, el cortejo y con las lindas flores. El romántico soñaría con la felicidad eterna.
Para los novios, no se trata de otra boda más. El día de su boda marcará el calendario de sus vidas para siempre. La mayoría de las parejas tienen edad suficiente y han visto bastante sufrimiento en la vida como para saber que no pueden vivir juntos como si se tratara de un sueño romántico que los transportará a la felicidad eterna.
Si son realistas, las parejas de casados saben que a fin de cuentas el significado de su vida juntos, el significado de su amor mutuo y de la confianza que tienen el uno en el otro debe fundamentarse de algún modo en su amor a Dios, pues necesitarán Su bendición una y otra vez.
Una vez en una boda le pregunté a los novios: ¿sabían que el amor que se profesan hoy no es suficiente para toda la vida? ¿Sabían que ustedes solos no pueden sacar adelante este matrimonio? Al igual que todas las demás parejas de casados, necesitan que Dios bendiga su amor. Algunos años más tarde el novio me dijo que en ese momento mi pregunta lo había irritado tremendamente.
Pero con el tiempo aprendió que el amor es algo frágil. El amor requiere que lo cultivemos. La confianza y la fe entre los esposos es algo que exige atención constante. Por encima de todo, un matrimonio feliz necesita de Dios.
El amor conyugal del día de la boda es pleno y se hará más profundo. Y en ese día, delante de Dios, de familiares y amigos, prometen ayudarse a construir la confianza y el amor que necesitan. Prometen apoyarse el uno en el otro en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad hasta la muerte.
A lo largo del camino habrá momentos difíciles. Quizás haya días en los que mantener las promesas matrimoniales parezca la única medida de su amor.
El matrimonio, como todo en la vida, tiene dificultades iniciales. Pero si se compara con la belleza de su amor, las dificultades no son nada.
El difunto Santo Padre, el papa Juan Pablo II dijo, refiriéndose al sacramento del matrimonio, que la familia comienza de hecho en la Iglesia doméstica.
La participación activa en la parroquia local une estrechamente a la pareja con la comunidad parroquial. La verdadera prueba del amor será vivir una fe activa. Observen a un matrimonio feliz.
Anhelen ser como los esposos que extienden amorosamente su mano a sus familias y a sus amigos, como las parejas que se ocupan de sus familias, de sus vecinos, que se preocupan por los ancianos, por los pobres y los enfermos.
El amor verdadero no es solamente entre los esposos, sino que se extiende a su alrededor en sus comunidades parroquiales. Eso es lo que queremos dar a entender cuando decimos que el matrimonio es un sacramento del amor de Dios.
El amor de Dios encarna y toca a otros a través del amor conyugal. La vocación de una pareja cristiana es llegar a aquellas almas solitarias que nunca están muy lejos de nosotros, para que sepan que Dios los ama porque ellos los aman. Esa es la vocación de la vida conyugal: compartir el amor con los necesitados.
Hay una acotación final que quiero ofrecer a los esposos: no se avergüencen de trasladar su amor y su vida juntos a la oración. Aprendan a orar juntos. Rinde sus frutos.
Dios les ama y ama sus matrimonios. Es un Dios fiel. Estará con ustedes no solamente cuando sean buenos. Él desea acompañarlos, en el amor, todos los días de sus vidas. Si creen eso, su matrimonio será feliz.
La comunidad de fe no es solamente para presenciar otra boda ni para celebrar después. Estamos presentes para rezar por los nuevos esposos y junto con ellos.
Y como sus amigos, prometemos estar con ellos y apoyarlos, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de sus vidas. †