Buscando la
Cara del Señor
Las acciones de los jóvenes confirmantes ofrecen una gracia inesperada
Con frecuencia me maravillo de la gracia inesperada que recibimos de aquellas personas de quienes no lo esperamos. He aquí una historia que, en mi experiencia, no es tan inusual.
Shane no lo sabe pero me alegró el día un domingo después de la confirmación.
Habíamos disfrutado de una hermosa celebración del sacramento de la confirmación. Cuando estábamos a punto de entrar a la iglesia en procesión, uno de los padrinos me dijo: “Shane no ha llegado todavía. Yo soy su padrino. Estoy rezándole a San Antonio.”
Me pregunté si Shane realmente deseaba confirmarse.
Durante la Liturgia de la Palabra, noté que entraba a la iglesia, se presentó con su catequista y buscó su lugar. Parecía estar tranquilo, relajado y ecuánime.
Mientras salíamos de la Misa en procesión, me encontré con Shane que llevaba a Nicolás de la mano, a quien me presentó como su hermano menor. Me di cuenta de que Shane y Nicolás se amaban de verdad. Posteriormente, durante una foto, se hizo el comentario de que Shane y Nicolás son inseparables. Quizás Nicolás era parte de la razón por la cual Shane llegó tarde.
En la parte de atrás de la iglesia algunos parroquianos me esperaban para quejarse de que acababan de recibir el anuncio de que transferirían a su sacerdote a otra parroquia. Lo mismo había pasado con otros parroquianos la noche anterior en otra iglesia porque iban a transferir a su párroco.
Ya me he acostumbrado a las quejas y realmente entiendo que las personas se sientan decepcionadas cuando los sacerdotes son transferidos pero a pesar de ello, a veces empiezo a sentir pena por mí también. Trato de no reaccionar a la luz de esa decepción, pero en ocasiones resulta todo un reto.
Mientras me despojaba de mi vestimenta en la sacristía, un pequeño llamado Aarón se acercó a la puerta y preguntó si podía llamar a su niñera para que lo recogiera. Me impresionó que hubiera ido a la iglesia por su cuenta y que fuera capaz de llamar a su niñera con lo pequeño que era. Tenía el teléfono que su madre debió apuntarle en una nota.
Asistí a la recepción de los recién confirmados y después de la acostumbrada ronda de fotografías y pláticas con los padres y padrinos, regresé a la sacristía. Para ser sincero, no quería toparme con más gente decepcionada.
Aarón había vuelto a la puerta y Shane apareció nuevamente. Ambos deseaban usar el teléfono. La niñera de Aarón no respondía el teléfono y cuando vi que empezaba a atemorizarse, Shane se adelantó y se hizo cargo de la situación.
Primero, le dijo a Aarón que no llorara porque todo iba a estar bien. Segundo, dijo: “El arzobispo y yo te cuidaremos.”
Me ofrecí a llevar a Aarón a casa pero descubrimos que su mamá estaba trabajando y la casa estaba cerrada. Mientras fui a buscar unas galletas y un refresco para Aarón, Shane averiguó dónde trabajaba su mamá y comenzó a buscar el número de teléfono.
Después de varios esfuerzos para franquear el sistema de operadora telefónica computarizada y esperar en el teléfono, Shane dijo: “Arzobispo, ¿cree que usted podría hacerse cargo? Mi familia y todos están esperando para llevarme a comer.” Esto viene de un niño.
Mientras tomaba el teléfono para encontrar a la mamá de Aarón, escuché que Shane le susurraba: “Vas a estar bien. Estamos en la iglesia. Todos son buenos y [señalándome] puedes confiar en él.”
Después de un rato encontramos a la mamá de Aarón. Nos hicimos cargo de él y yo me fui a casa.
Mientras conducía a casa me alegré al darme cuenta de que ya no sentía pena por mí. Se me ocurrió que Shane, Nicolás y Aarón tenían algo que ver en ello, especialmente Shane.
No conozco a Shane. No sé si se meterá en muchos problemas en casa y en el colegio. Pero basándome en lo que observé en él ese domingo en la mañana, sé que es una buena persona que se preocupa por los demás y lo demuestra con sus actos.
Debe ser un excelente hermano mayor, no solamente en su propia familia sino para cualquier niño que lo necesite. Lo vi ocuparse de Aarón sin dudar. Aun no sé por qué llegó tarde a la confirmación, ¡pero con un corazón así, los dones del Espíritu Santo recibidos en el sacramento pueden hacer maravillas!
Una vez más aprendí que estar a disposición de los demás y las diversas maneras cómo se nos presenta la gracia es un antídoto fantástico para la preocupación por uno mismo. Me encanta sentirme sorprendido por la bondad de nuestros jóvenes y niños. Sucede con mucha frecuencia.
Y en ocasiones me preguntó qué estarán haciendo esos jovencitos que ahora son adultos e independientes.
Rezo y confío en que los dones recibidos en los sacramentos de la Iglesia los respaldan por todo el camino. †