Cristo, la piedra angular
La gratitud nos lleva a la esperanza y la alegría
“Que [Dios] los fortalezca interiormente para que, cuando nuestro Señor Jesús venga con todos sus santos, la santidad de ustedes sea intachable delante de nuestro Dios y Padre” (1 Ts 3:13).
Ayer celebramos la gran fiesta estadounidense de Acción de Gracias. Si tenemos la suerte de encontrarnos con personas que queremos, nos reunimos para dejar de lado las penas y ansiedades de los últimos 20 meses, y damos gracias por las muchas bendiciones que experimentamos incluso en medio de las crisis de salud, las dificultades económicas y el malestar social.
La gratitud es más contagiosa que cualquier pandemia y nos alivia la amargura, el resentimiento y los miedos, y nos abre los ojos del corazón para ver lo bendecidos que somos realmente a pesar de nuestras dificultades. Tan solo con decir “gracias” por cualquier bendición, grande o pequeña, que hayamos recibido, podemos encontrar alivio a cualquier dolor que sintamos en la mente, el corazón o el cuerpo.
El Día de Acción de Gracias es una fiesta secular aquí en Estados Unidos de América, pero sus raíces se encuentran en las experiencias profundamente religiosas de las mujeres y los hombres que llegaron a esta tierra como inmigrantes en busca de una vida mejor. Naturalmente, pensamos en los peregrinos que vinieron de Europa en busca de libertad religiosa, tal y como ellos la entendían, pero también deberíamos considerar las experiencias de los pueblos nativos cuyos antepasados llegaron a este continente muchas generaciones antes. Y, por supuesto, debemos recordar a los millones de inmigrantes que han venido aquí (y continúan viniendo) por el prospecto de darles una vida mejor a sus familias.
Todos somos hijos de inmigrantes y debemos estar profundamente agradecidos por las bendiciones de esta gran tierra. Ni siquiera las peores experiencias de la historia de nuestra nación—como la esclavitud, el racismo, el nativismo, la codicia, la opresión política y los crímenes indecibles contra los miembros más vulnerables de nuestra sociedad—pueden ensombrecer por completo los dones que hemos recibido como pueblo que lucha por hacer realidad la libertad, la justicia y la paz en nuestra sociedad.
Este año hemos celebrado el Día de Acción de Gracias a pesar de los muchos desafíos que enfrentamos en la sociedad y la Iglesia. No somos ingenuos: el pecado y el mal nos rodean a diario, pero mientras podamos encontrar espacio en nuestros corazones para decir “gracias” por lo bueno que disfrutamos como resultado de la generosidad de Dios, podemos compartir la alegría del cielo, tanto aquí y ahora como en la vida futura.
Por la providencia de Dios, este año nuestra arquidiócesis participa en un proceso sinodal junto con todas las demás diócesis del mundo. Procuramos ser más conscientes de que no estamos solos, de que caminamos juntos como miembros de la familia de Dios, y de que el fin o la meta de esta peregrinación terrenal es la alegría de la comunión con Cristo y con todos los miembros de su cuerpo, la Iglesia.
La gratitud es una característica esencial de este proceso sinodal. Al dar gracias constantemente, podemos caminar juntos con mentes y corazones desahogados. Al compartir nuestros dones con los demás al tiempo que caminamos juntos en la fe, estamos mejor dispuestos a encontrar a Cristo en nuestros compañeros de viaje. Al escuchar en oración la Palabra de Dios mientras el Espíritu Santo nos guía en el camino, podemos discernir gradualmente lo que Dios nos pide que hagamos, como individuos y como Iglesia, en calidad de discípulos misioneros de Jesucristo.
Este domingo comenzamos un nuevo año litúrgico con una temporada de espera, un momento de expectativas y de añoranza. Si nos entregamos a este tiempo especial, el Adviento nos preparará para celebrar la Navidad, que está a menos de un mes, sin caer en la trampa de las expectativas superficiales o irreales. El Adviento nos enseña que el mayor regalo de la Navidad es el propio Señor, y nos muestra que el encuentro personal con Jesucristo es lo que verdaderamente esperamos durante este proceso sinodal (y siempre). Nos recuerda que realmente podremos disfrutar de todas las alegrías de la Navidad y de la segunda venida del Señor si recorremos el camino con recogimiento.
El auténtico agradecimiento requiere paciencia, confianza y la creencia firme de que Dios escuchará y responderá nuestras súplicas. Rezamos para que el Señor nos dé todo lo que realmente deseamos y necesitamos, y para que este proceso sinodal mundial nos ayude a unirnos y nos conduzca a Cristo, nuestra mayor fuente de alegría, que viene de nuevo como ha prometido.
Y así, rezamos: ¡Ven, Señor Jesús! Ayúdanos a caminar juntos con agradecimiento y alegre esperanza. Prepáranos para la Navidad y para tu nueva avenida con gloria. Elimina todos los obstáculos—nuestras frustraciones, dolor e ira—que nos impiden caminar juntos como hermanos y hermanas que anhelan recibirte con alegría. Que con agradecimiento compartamos tu amor con los demás y, así, seamos siempre uno contigo. †