Cristo, la piedra angular
Podemos volver a empezar cuando Jesús retorne
La lectura del Evangelio del tercer domingo de Adviento (Lc 3:10-18) nos muestra cómo San Juan Bautista ayudó a preparar la venida del Mesías.
Como el último de los profetas del Antiguo Testamento, Juan instó al pueblo de Israel a ser honrado, a compartir sus alimentos y posesiones con los pobres y a esperar con gozosa esperanza la venida del Señor.
Cuando las multitudes que acudieron al desierto a verlo le preguntaron si era él a quien habían estado esperando, su respuesta fue clara:
“Yo, en verdad, los bautizo con agua; pero viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias. Trae su aventador en la mano, para limpiar el trigo y separarlo de la paja. Guardará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará” (Lc 3, 16-17).
Juan era un hombre humilde que decía la verdad en términos llanos. Su bautismo de arrepentimiento anticipaba pero no sustituía el bautismo sacramental de Jesús que hace posible que nazcamos de nuevo “con el Espíritu Santo y con fuego.” Juan señala a Jesús y por eso es el santo perfecto para pregonar el tiempo de Adviento ya que responde a nuestra ansiosa espera con palabras y gestos de esperanza.
En su mensaje del Angelus para el segundo domingo de Adviento de hace dos años, el Papa Francisco destacó la poderosa figura de San Juan Bautista como heraldo y precursor del Mesías largamente esperado, Aquel que Dios prometió que nos salvaría de la esclavitud del pecado y la muerte. El Papa Francisco señaló que:
“[Juan] Predicaba la cercanía del Reino. En suma, un hombre austero y radical, que a primera vista puede parecernos un poco duro y que infunde cierto temor. Pero entonces nos preguntamos: ¿Por qué la Iglesia lo propone cada año como el principal compañero de viaje durante este tiempo de Adviento? ¿Qué se esconde detrás de su severidad, detrás de su aparente dureza? ¿Cuál es el secreto de Juan? ¿Cuál es el mensaje que la Iglesia nos da hoy con Juan?
“En realidad, el Bautista, más que un hombre duro es un hombre alérgico a la falsedad.”
La hipocresía (falsedad) era algo que Juan no podía tolerar y con ello anticipaba la postura que adoptaría Jesús frente a los dirigentes religiosos y políticos de su tiempo. Juan se negó a permanecer en silencio o a consentir la hipocresía del rey Herodes; dijo la pura verdad, y eso le costó la vida.
Nuestra cultura secular nos presenta a menudo una imagen de Jesús tolerante con todo. Al fin y al cabo, escandalizaba a la gente que le rodeaba al tratar con prostitutas, recaudadores de impuestos y pecadores. Y es cierto que el propio médico divino dijo que había venido a curar a los pecadores, no a los justos.
Esta imagen de Jesús como sanador amable y gentil es cierta, pero está incompleta. Las primeras palabras de Jesús al comenzar su ministerio público fueron un llamado al arrepentimiento. Sí, se relacionó con pecadores, pero al hacerlo, les retó a arrepentirse.
“Vete y no peques más” fue su admonición a aquellos (todos nosotros) cuyas vidas no eran perfectas. Al igual que su primo Juan, Jesús no toleraba la hipocresía. Era “alérgico a la falsedad” y, al tiempo que abría su Sagrado Corazón a todos, también los desafiaba a aceptar una forma nueva y mucho mejor de vivir en Él y por Él.
El Adviento es una época de alegría expectante y un momento para hacer un examen de conciencia sincero, para confesarnos y para adoptar la determinación de “no pecar más” con la ayuda de la gracia de Dios. Juan el Bautista nos muestra el camino.
La gente le preguntaba: “¿Qué debemos hacer?” y él les respondía: “El que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene ninguno; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene” (Lc 3:11).
Hasta los recaudadores de impuestos vinieron a bautizarse y le dijeron:
“—Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?”
Juan les dijo:
—“No cobren más de lo que deben cobrar. También algunos soldados le preguntaron:
—“Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Les contestó:
—“No le quiten nada a nadie, ni con amenazas ni acusándolo de algo que no haya hecho; y confórmense con su sueldo” (Lc 3:12-14).
Independientemente de quiénes seamos y de cómo hayamos vivido hasta ahora, la venida de Jesús es una oportunidad para volver a empezar.
Si se lo permitimos, Jesús entrará en nuestros corazones y limpiará todo lo que nos frena y nos impide amar a Dios y al prójimo con corazón generoso. ¡Ven, Señor Jesús! †