Cristo, la piedra angular
María responde al don del amor de Dios al compartirlo con nosotros
“La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará Emanuel” (Is 7:14).
La respuesta de María a la sorprendente noticia de que iba a ser la madre del tan esperado Salvador de Israel fue un acto totalmente desinteresado. No pensó en sus propias necesidades ni en lo que pensaría la gente de su inusual embarazo.
En cambio, san Lucas nos dice que emprendió camino “de prisa” en un viaje difícil a la ciudad de Judá “en la región montañosa” para ayudar a su prima mayor Isabel, que también esperaba un hijo (Lc 1:39-45).
A menudo se ve a María como una figura contemplativa, alguien que espera pacientemente y que medita en su corazón los misterios de su vida.
Sin embargo, la lectura del Evangelio del cuarto domingo de Adviento nos muestra un lado de la personalidad de María que solo puede describirse como “activo.” María es una persona dinámica que ayuda, así como también alguien que espera con gozosa esperanza que se cumpla en ella la voluntad de Dios. Por eso Isabel, la agradecida destinataria de la generosidad de María, la alaba al decirle: “¡Dichosa tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá!” (Lc 1:45)
En María se cumplen las antiguas profecías del Antiguo Testamento sobre el nacimiento del Salvador. Ejemplifica el tantoy el como que prevalece en la enseñanza católica: es tanto humilde como excepcional, única entre todas las mujeres; tanto reflexiona cuidadosamente como actúa con decisión; es tanto la Madre de Dios como la fiel discípula misionera de su Divino Hijo.
La primera lectura del cuarto domingo de Adviento, tomada del libro de Miqueas, refleja las numerosas profecías antiguas que María está llamada a cumplir:
Pero de ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales. Por eso Dios los entregará al enemigo hasta que tenga su hijo la que va a ser madre, y vuelva junto al pueblo de Israel el resto de sus hermanos. Pero surgirá uno para pastorearlos con el poder del Señor, con la majestad del nombre del Señor su Dios. Vivirán seguros, porque él dominará hasta los confines de la tierra. ¡Él traerá la paz! (Mi 5:1-4a).
De un lugar remoto, una región “pequeña entre los clanes de Judá,” vendrá “el que gobernará a Israel.” Una vez que la mujer elegida para dar a luz al Hijo único de Dios haya aceptado su papel absolutamente único en la historia de la salvación, el Mesías vendrá y ocupará el lugar que le corresponde como Pastor del pueblo de Dios y Príncipe de la Paz.
El “sí” de María y su voluntad de confiar en la Providencia de Dios pusieron en marcha tanto la Encarnación como el Misterio Pascual que causó nuestra redención. María es a la vez la pasiva receptora de la gracia de Dios y participante activa en la historia de nuestra salvación. Comparte generosamente los abundantes dones que Dios le ha dado y, en el proceso, enriquece las vidas de todos los que recurren a su amorosa protección y cuidado.
La segunda lectura del cuarto domingo de Adviento de la Carta a los Hebreos (Hb 10:5-10) habla de la voluntad divina que María aceptó libremente: “Aquí me tienes: He venido a hacer tu voluntad” (Heb 10:9) refleja el “Aquí tienes a la sierva del Señor. [...] Que él haga conmigo como me has dicho” de María (Lc 1:38). Por esta “voluntad,” dice la Carta a los Hebreos, “somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre” (Hb 10:10).
María habla por nosotros, pero también nos invita—y desafía—a responder como ella. Nos inspira a esperar pacientemente el regreso de Jesús y también nos exhorta a actuar ahora como agradecimiento por los dones que ya hemos recibido de su Hijo, muy especialmente su don de sí mismo en la Sagrada Eucaristía.
Al final de cada Misa, se nos dice que imitemos a María al amar y servir al Señor con gozosa esperanza como discípulos misioneros de Jesús. Se nos ordena compartir los abundantes dones de Jesús con los demás, y ser tanto contemplativos como activos en nuestra adoración eucarística.
Al igual que María, nuestra espera en la esperanza gozosa no debe ser simplemente pasiva; también estamos llamados a ser dinámicos y apasionados a la hora de compartir con los demás los dones que hemos recibido.
Mientras observamos los últimos días de este tiempo sagrado del Adviento, pidamos a María que nos ayude a esperar con paciencia y a actuar con decisión como discípulos misioneros de Jesucristo, su Hijo. †